martes, 3 de marzo de 2015

Viviendo en mi piel


“Si hay tormenta, déjala rugir, se calmará” El Tao

He escrito muchas cosas las últimas semanas, nada que pueda decidirme a publicar; desde mi punto de vista son ideas muy sombrías para compartirlas con un público que espera leer lo bien y lo feliz que me siento conmigo misma —eso es lo que predica mi blog—, así que pensar en dejarles ver ese lado que todos intentamos ocultar no era para mí una alternativa.

Por algún motivo que yo digo desconocer —seguramente sí lo conozco y no lo quiero admitir—, mi humor y pensamientos han estado oscuros, no están en esa frecuencia de armonía de alguien que habla sobre el amor propio, la paz interior, ver el lado positivo y todas esas otras cosas que ustedes ya saben me gusta decirles. Ya que no puedo ser un sol radiante lleno de luz, pues ni modo, les compartiré un poco de las sombras que actualmente me rodean.

La cosa es que últimamente no me soporto, creo que tengo algún tipo de síndrome relacionado con la paranoia, ando generalmente estresada y agobiada, con pensamientos locos sobre cómo las cosas me salen mal—quizá me lanzaron una maldición gitana o hechizo del horror—, no duermo bien, hasta el más mínimo incidente logra irritarme al punto de dar malas respuestas a quién menos lo merece y por supuesto, eso termina en la autocensura que no puede faltar. Comienzo a sentirme miserable, los demás no tienen que cargar con la responsabilidad de mis frustraciones.

Cuando paso por estas temporadas me siento como una versión femenina de Hulk —con la hipertrofia muscular y el color verde incluidos—, y no es que ande golpeando cosas y personas, pero ganas no me faltan de hacerlo. Entonces comienza todo ese diálogo interno cargado de culpas y remordimientos, buscando palabras que me ayuden a pedir disculpas para poder mirar a otros a la cara. Así fue como me pasé semanas pensando “no quiero escribir nada cargado de mala vibra” y diciéndome: tranquila nena tienes la musa dormida, ya pasará.

Descubrí que no era la musa que se había ido de vacaciones, es que no puedo escribir sobre emociones que no estoy sintiendo, eso me resta autenticidad —esa misma que les dije que era mi palabra para belleza— y la espontaneidad necesaria para escribir. Así que me di permiso de tener rabia, ideas contrarias a las de otras personas, de sentirme incómoda en ciertas situaciones, y por supuesto, también me permití expresar esas emociones. No siempre puedo estar feliz y armoniosa, o molesta e irritante.

Veo a mis compañeros de trabajo y mis amigos con una sonrisa que parece no irse nunca, y pienso: ¿por qué no puedo estar siempre sonriente, como si nada pasara? Pues bien, no soy como ellos, en mi vida pasan cosas —estoy segura que en la de ellos también pasan— que vienen acompañadas de tristeza, enojo, ira y fingir que eso no ocurre no lo borra ni lo cambia. Las emociones definitivamente hay que sentirlas para que puedan pasar; claro, no vamos a quedarnos eternamente tristes o enojados, pero sí tenemos que darnos un tiempo para sentirlas y ver cómo podemos cambiarlas.

Aceptar que nos molestamos, nos ponemos tristes y melancólicos, hace parte de respetarnos como seres humanos, de vivir en nuestra propia piel. La sonrisa, sin duda alguna, nos hace hermosos y atractivos, pero hay momentos en los que sonreír parece más una penitencia que un acto espontáneo. No te obligues a mostrar algo que no sientes, puedes ser sincero sin ofender ni maltratar a nadie, eso es liberador y te da la oportunidad de relacionarte mejor contigo y con los demás.