“No
existen mujeres feas, sino ojos exigentes”.
Anónimo
De niña tenía una Barbie
con la que me encantaba jugar y, obviamente, al crecer, quería ser como ella:
cabello rubio en perfecto orden, alta, delgada y con pechos de infarto. Me
convertí en mujer y mi sueño de “belleza Barbie” se desvaneció: soy bajita,
cabello castaño y pechos casi invisibles (exageración), nada más lejos del
ideal de belleza que tenía en mi joven cabecita.
Ser como Barbie se
convirtió en algo inalcanzable y con el tiempo comprendí, que ni yo ni ninguna
otra chica, iba a tener un cuerpo como el de la muñeca; entonces comencé a
fijarme en personas reales —objetivos alcanzables por ser tan humanas como yo—,
mujeres de carne y hueso: cantantes, actrices y modelos, que se convirtieron en
patrones a seguir para lograr verme atractiva a los ojos de todos, sí, de los
chicos, principalmente.
La constante
observación de personalidades del mundo del espectáculo creó en mí una idea de
la belleza un poquito distorsionada —tal vez fue un poquito bastante—, en el
que los atributos que yo podía tener quedaban reducidos a nada. Modelos altas,
de piernas largas, cabelleras impresionantes, ojos azules y bultos de carne en
el lugar exacto para causar admiración, de parte del sexo masculino y envidia,
por parte de las féminas. Fue así como llegué a creer firmemente que una chica
con mis características es fea y por lo tanto, invisible para el resto de la
humanidad.
Esa percepción errada
de la belleza no sólo me hizo creer que era fea, también terminó por aislarme y
convertirme en una de esas chicas a las que, hablar delante de alguien del sexo
opuesto, les resulta incómodo y hasta vergonzoso —así como Raj de Big Bang
Theory— y ni hablar de estar en un grupo donde más de dos integrantes eran
chicos, era como morir lentamente, no sabía qué decir y mucho menos qué hacer,
así que siempre terminaba teniendo una conversación sin sentido, que aparte de
confirmarme lo desagradable que era a la vista de todos, terminaba haciéndome
sentir como una idiota.
Nunca nadie me dijo “tú
eres fea”, por lo que comencé a tener un poco de osadía y pensé que, tal vez,
no era tan grave como yo creía; entonces, una amiga —de esas que estaba tan
insegura de sí misma como yo— me dijo: nadie te lo dirá de frente porque nadie
le dice fea a una fea de verdad, eso sólo se lo dicen a las bonitas. Esa fue la confirmación que estaba esperando
para aceptar que no había remedio, sencillamente era fea y tenía que asumirlo,
aprender a vivir con eso y conformarme con cultivar la inteligencia, para equilibrar
la gracia que no poseía mi cuerpo con una conversación medianamente interesante
que, además, fuera graciosa para no aburrir a nadie; una tarea tan agotadora
como querer ser igual a un personaje de TV.
La inconformidad
estaba presente en mi vida, aceptarme tal cual era no parecía posible y cambiar
mi cuerpo menos. Siempre existía la posibilidad de operarme para reforzar mi
pecho, aunque es una opción un poco costosa; pero en cuanto a mi estatura no
había mucho que hacer, aunque usara tacones, hasta para dormir, mis piernas
siempre serían cortas, además no podría usar tacones en la playa. Con respecto
a otras características, imaginé miles de maneras para cambiarlas; al final, la
cordura se impuso y dejé mi cuerpo tal cual se desarrolló hasta el día de hoy.
Pasado el periodo de
ira y decepción, llegó la depresión; sentirme sola y aislada se convirtió en
una constante en mi vida, sin importar cuantas personas estuvieran a mi lado,
la sensación de no tener a nadie no se iba. Llegué a pensar que la gente me
miraba y pensaba: pobre, es muy fea, seguro por eso está sola. Patético, pero
cierto, así fue mi vida durante un tiempo.
Gracias a Dios, y a
algunas buenas personas que encontré en mi camino, mi vida cambió; comencé a
verme de otra manera, a apreciar en mí la belleza interior que dio paso a
reconocerme físicamente como una persona hermosa y con los mismos derechos que
cualquiera que presuma de un cuerpo perfecto —no creo que realmente exista ese
alguien, todos estamos inconformes con algo— bajo los estándares de la
sociedad. Les confieso que no fue fácil, algunas creencias se arraigan
profundamente en nuestro cerebro y sacarlas de ahí puede ser una ardua tarea
pero no imposible.
“No hay mujeres feas, sino ojos exigentes”. Esa frase la encontré en
una revista, de hace no sé cuánto tiempo, que rescaté de la basura; me impactó
desde el primer momento, porque eso es precisamente lo que ocurre cuando una
persona, sea hombre o mujer, se siente poco atractiva, nos volvemos exigentes
con nosotros mismos y convertimos esos estándares de belleza en un objetivo que
puede ser imposible de alcanzar. Cuando nos vemos al espejo y no vemos lo que
queremos ver, nos autocriticamos tan fuerte, que llegamos a ser crueles,
asumiendo que algo está mal, que no somos normales y por lo tanto, que no
encajamos en el molde de la gente bella.
Hoy te animo a que
seas menos exigente contigo, te pares frente al espejo, consigas por lo menos
una característica de tu cuerpo que te parezca hermosa y luego ¡ven a compartir
tu experiencia con nosotros! Cuéntanos tu historia y cómo te sentiste al
reconocer que sí tienes atributos que te hacen agradable a la vista de otros.