“…lo que más tengo dentro de mí cuando
quiero escribir una telenovela es decir con orgullo: ¡Somos gente
estupenda!” José Ignacio Cabrujas
Cabrujas
era Cabrujas, un personaje lleno de matices que a través de sus escritos me ha
dejado claro que hasta el más cuerdo de los hombres está loco. Leyendo Catia
según Cabrujas, sentí una enorme identificación con ese personaje, que pasó la
etapa más crítica del ser humano —entiéndase la adolescencia—
sintiéndose feo y viviendo una vida que consideraba no era la suya,
rodeado de personas con las que solo compartía un espacio físico, porque sus
ideales y sus sueños estaban en otros lados.
La
locura que padecía Cabrujas era ilusionista, de esa que hace que veamos un monstro
donde se mueve un árbol. Decía de sí mismo que no había un solo complejo que no
le hubiese sido otorgado por la vida. Cuando pasó esa etapa crítica de su vida
en la que hablar de sus emociones le daba más miedo que lo que sentía, se
atrevió a contar su agonía: “…mi enorme
complejo me decía: “Se burlan de ti”. ¿Por qué yo pensaba que se estaban burlando de mí? Porque yo
era torpe, y usaba unos anteojitos, y era muy miope, muy flaco, así, como un
palito” (Catia,
tres voces. 1994).
Ignacio
Cabrujas tenía muchas “rarezas” que lo hacían un personaje muy particular. Una
mente con muchas tonalidades, como solo alguien que ha visto la vida parado en
diferentes ángulos sociales puede ser; con tantos complejos como cabellos en su
cabeza. Pero este hombre, lleno de miedos, no se dejó vencer por ellos; desde
muy joven decidió lo que haría con su vida y con el terror que le daba
socializar con mujeres: “Si las muchachas
no me querían, yo tenía que ser escritor para que me quisieran…, y de
alguna manera funcionó después. Si yo iba a ser escritor, tenía que ser uno
grande, famoso. Me la pasaba fabulando con el momento en que yo, ya célebre,
regresaba a Catia y las muchachas me veían pasar desde sus ventanas: allá va
José Ignacio, flaco, tartamudo, pero mira dónde llegó, ahora es un potentado”. Esa determinación, sin duda, marcó su camino en
la vida.
Ese
hombre convirtió su sueño en una realidad, con el paso del tiempo llego a
ser uno de los escritores más icónicos de una era, un pensamiento crítico y
ampliamente ilustrado, que marcó un hito en la historia del teatro y la
telenovela venezolana. Él transformó su miedo en una fortaleza, aunque no se
hizo escritor solo por conquistar mujeres, seguramente eso le dio un empuje
adicional para correr tras su sueño. Parece
que después de todo, se convirtió en un casanova (suposiciones mías); se casó
tres veces con mujeres hermosas, tuvo dos hijos guapísimos, hizo de su vida lo
que él quiso hacer, no permitió que su entorno y sus miedos condicionaran sus
sueños, él se trazó unas metas y trabajó sin descanso para alcanzarlas.
No
sé a qué otros monstros se enfrentó Cabrujas, seguramente fueron más de los que
se atrevió a admitir, porque hay miedos que no se asumen ni siquiera en
pensamientos; cada quien tiene sus propias luchas internas, complejos que le
acompañan en todo momento y que parecen difíciles de superar, el secreto está
en saber que ellos no tienen el poder, el mango del sartén lo tenemos nosotros
y si es necesario vamos a utilizar ese sartén para quitarnos todos los miedos y
las inseguridades de encima.
Si
yo escribiera como Cabrujas seguramente no tendría miedo cada vez que subo una
entrada, pero aquí estoy frente a todas mis inseguridades escribiendo cosas que
quizá a algunos no les gusten pero considero necesario decir. Si yo escribiera
como Cabrujas no podría contarles muchas cosas, porque ya sería una “potentada”
de la escritura y posiblemente me dedicaría a otras cosas; pero aquí estoy,
escribiendo como solo yo puedo hacerlo y diciendo lo que quiero decir
libremente.
Puedo
decir con total certeza que José Ignacio Cabrujas era estupendo, y que yo a
pesar de no escribir como él también lo soy. No podemos ser como otros, pero a
nuestro modo todos somos maravillosos.